11 jul 2013

Solía escribir.

La primera vez fue un impulso, como un ataque de ansiedad. Estaba en clase. La única manera con la que sentí alivio fue escribiendo todo lo que me salía, lo que sentía, lo que me había pasado. Escribía lo más rápido que podía, la cantidad de palabras que salían de mi mente necesitaba una mano ágil y rápida. Sentía alivio mientras escribía, pero mi mano no era tan rápida, por eso temblaba. Mi respiración era agitada pero poco a poco se iba calmando. Escribí todo en una hoja de papel o dos o cinco, no recuerdo cuántas. Recuerdo el sudor, la agitación, los temblores, los nervios y el alivio que iba sintiendo. Así fue como empecé a escribir.

Al prinipio fue pura catársis. Esa era la medicina cuando me llegaban esos ataques. Poco a poco los ataques fueron disminuyendo hasta desaparecer, pero quedó la necesidad de escribir y sobre todo las ganas de escribir. Escribía sobre cualquier cosa, no importaba el tema ni el ritmo ni la fluidez ni nada, solo escribir.

Luego vinieron amistades con las que compartíamos los escritos. Y entonces escribir "bien" se volvió más importante. Empecé a leer con gusto. Leer de todo un poco. De lo que mis amigos me recomendaban. Le agarré gusto a la lectura y se convirtió en un hábito.

Después vinieron los concursos y después el primer premio, un primer puesto, 200 Euros y un libro de colección de Tolkien Los hijos de hurín. La importancia de escribir bien se tornó en una necesidad y una obligación. Las sesiones de trabajo con lo que escribía se volvieron un poco más estrictas. Llegaron un par de premios más hasta que no volvió a suceder nada.

La frustación se hizo más grande y la exigencia más. Pero nada salía. Nada era suficiente para mí, y mucho menos para los jurados. Sentí que lo que yo escribía no aportaba nada nuevo a lo que ya se había hecho y a lo que se estaba haciendo. Finalmente renuncié a la literatura.

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